jueves, diciembre 22, 2005

Guillermo




No lo conocí. Era sumamente extraña la ocasión en que salía a la plàtic, usualmente entre copas de más, junto con las palabras que se derraman con el vino.

Pero mi padre ha tomado la decisión de olvidar su infancia y no tocar el tema, así que esas intervenciones eran cada vez más esporádicas.

Hasta hace pocos años, no tenía una idea de cómo se veía, qué decía su rostro, cómo miraba y colocaba sus manos. No sabía nada. Pero un buen día hace unos años, en el baúl de la abuela (si.. si existe) nos encontramos una imagen en tonos sepias que me presentó por primera vez a mi abuelo Guilermo.

Me impresionó el gran parecido que guardaba con mi padre, me agrado su sonrisa y cómo me reconocí (y reconocí a mis primos y hermanos) en sus ojos tristes. Ese día mi abuela habló un poco más de él, adornando sus palabras con esa bruma de idealismo que le pone a todo lo que tiene que ver con su familia. Agradecí la información... supe de sus grandes pasiones; la fotografía y los clavados. Supe que era un hombre de esos que vivían la vida con lujuria, algo escuché de que era todo un dandy.... y que le encantaba aventarse sus clavados en el mundo etílico del mezcal.

Hace una semana llegó a mis manos su diario/archivo fotográfico. Y por primera vez comencé a entender un poco más la historia de mi familia paterna (historia que yo creía muy sepultada en el subconsciente de mis tíos y mi padre).

No podía cansarme de ver aquel hombre al que nunca conocí, pero que de pronto comenzó a charlar conmigo a través de imágenes. Conocí su rostro pero también la devoción que prodigaba a sus hijos (en especial a Lucía, la mayor... la cual seguramente atesora los mejores momentos de la vida arrebatada del abuelo), conocí sus frases y sentido del humor, conocí su letra (tan arquitectónica) y hasta sus amigos.

Y estoy contenta por esa aparición, por las confesiones y por todos estos nuevos recuerdos.